¿La historia del respeto ?

El respeto, como los demás valores, se inculca en el hogar, a través del ejemplo diario, constante, que los padres enseñan con acciones simples pero contundentes, como el hecho de tener consideraciones especiales con sus mismos progenitores al ayudarles en actividades que, por su edad, ya no pueden realizar con la eficiencia y rapidez de antaño.
Si los hijos presencian este tipo de gestos que entrañan respeto, seguramente se quedarán grabados en su mente y, sobre todo, en su corazón, con lo que estas enseñanzas las aplicarán en el momento oportuno, cuando les toque su turno en la historia.
El valor del respeto involucra una serie de acciones que se ejercen cuando mostramos aprecio y valor por el cuidado de algo o de alguien; las faltas de respeto podrían ir desde burlarse de alguien por su condición física (un discapacitado), por su pobreza, por su edad (un anciano), hasta pasar por alto los derechos de un peatón cuando un automovilista le impide a este el paso en un crucero vial con preferencia.
En todos los ámbitos en que nos desenvolvemos, es fundamental la forma en que decimos, hacemos y pedimos las cosas. En este contexto aplica el viejo adagio “En el pedir está el dar”, lo cual quiere decir que de la forma en que solicitemos algo, de esa misma manera será la respuesta de nuestro interlocutor. Por ejemplo, si deseamos pasar por algún lugar obstruido por alguien, no será lo mismo decir “¡Quítate de aquí!”, que “¿Me permites pasar, por favor?”.
Las anteriores son dos expresiones contrastantes entre sí y que reflejan la forma en que se conducen muchas personas, lo que depende de la educación y los valores que se hayan recibido en el hogar. Por supuesto que la segunda frase es la más adecuada y correcta ya que a nadie le gustaría recibir una orden acompañada de una agresión, por lo que si esperamos ser tratados con respeto y consideración, debemos poner el ejemplo en todo momento.
Una de las reglas de oro relativas al respeto consiste en acatar las reglas de urbanidad y buenas costumbres que se ha autoimpuesto la comunidad, las que van desde guardar silencio en determinados espacios (bibliotecas, hospitales) y no invadir ni violentar las áreas destinadas para discapacitados (rampas, cajones vehiculares).
De igual forma, hay sectores de la sociedad que merecen consideraciones especiales por sus condiciones físicas, como son las mujeres embarazadas y las pesonas de la tercera edad, a quienes, en ocasiones, no se les ofrece el trato adecuado, sobre todo en el transporte público ya que se les puede ver de pie cuando hay muchos jóvenes que podrían cederles el asiento.
Otro rasgo de respeto que ya casi desapareció es el relativo al transeúnte, el que sólo se queda con su coraje y la impotencia de no poder hacer nada cuando algún automovilista no respeta su derecho de paso y casi lo embiste si el peatón no se detiene. Es más, es muy frecuente que, incluso, la persona de a pie termine insultada por el imprudente conductor cuando a quien va caminando le asiste la razón.
Si hiciéramos una lista de las personas a las que debemos respeto, podríamos empezar en casa, es decir, papá, mamá, hermanos, tíos, abuelos, primos, sobrinos, etcétera, y nos extenderíamos a los vecinos, amigos, maestros, compañeros de la escuela y, en general, todas las personas que nos rodean, sin importar si las conocemos o si son extrañas. Todos, sin distinción, nos merecen respeto.
El primer lugar donde debemos mostrar respeto es el hogar, por lo que si quienes conviven diariamente en este espacio no se tratan con cortesía y afecto, difícilmente lo podrán reflejar hacia el exterior en su relación con los demás, en los diferentes ámbitos donde se desenvuelven.
En conclusión, podríamos decir que el respeto es un valor fundamental para conservar la armonía del entorno en que vivimos, partiendo de la premisa de que es necesario reconocer el valor de los demás tal como son y que no tenemos derecho a menospreciarlos ni burlarnos por sus condiciones

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